Wednesday 27 February 2013

sólo me queda el odio


El pasado viernes salí por los bares de los monstruos y bebí entre el humo observando sus grotescos bailes. No es malo suicidarse cuando la vida de uno es tan miserable. Mujeres enormemente gordas apretaban sus flácidos senos comprimidos por la ropa ridículamente pequeña. Hombres malencarados miraban con odio esperando la pelea para ser los gallos del corral. Toneladas de maquillaje no podían, ni con la ayuda de las medias luces, ni de los destellos de discoteca, ni de la casi oscuridad, esconder las arrugas de frustración de las viejas, cada vez más viejas, mujeres. Cada vez más deformes, cada vez más lejos. Qué más da para el polvo de desahogo del muchacho negro, rey de los coños de las desesperadas. Como siempre yo os miro y, como siempre: yo no soy de aquí. Podría entrar un cuerdo y matarlos a todos y yo me iría tan tranquilo procurando no mancharme los zapatos al pasar entre sus cuerpos tan putrefactos en vida… Cuántos divorcios acumuláis, cuántas mentiras. Un gordo viejo y calvo deja que un pequeño musculoso sudamericano le frote la barriga con su paquete prometido bajo los vaqueros. Salgo, irremediablemente salgo, me elevo, veo desde fuera toda esta mascarada y si sostengo una mirada sólo encuentro dos pozos vacíos. Cuerpos demasiado manoseados. La noche puede no acabar en este antro de desesperación. Movimientos que pretenden ser sensuales, cuerpos que creen atraer, canallas que creen dar miedo. Yo, sueño, mucho sueño, ganas de dormir.

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