Sunday 2 October 2016

Un verano kurdo

Su apodo es Berjin. Tiene treinta años. Es de Siirt. A los diecisiete años, al acabar el instituto, se alistó en el PKK. En 2008, cuando los aviones turcos bombardearon las montañas de Zagros, ella estaba allí.
“La nieve me llegaba a la frente. Y nuestros refugios estaban debajo. Primero llegaron los drones para explorar la zona. Después, llovían las bombas. Yo confié demasiado en mis oídos. Creí que diferenciaban el sonido de los aviones.”
Cuando un avión dejó caer las bombas en el lugar donde estaba ella, sus compañeros estaban en el refugio. No lograron convencerla. Ella seguía jugando con la nieve. En cuanto se dio cuenta, se lanzó al refugio, pero no logro meter todo su cuerpo a tiempo, solo hasta la cintura. Una parte de la bomba le alcanzó justo en la vagina. Primero sintió un dolor horroroso, luego se desmayó. Sus compañeros le abofetearon la cara una y otra vez para que no se durmiese, para que se mantuviera despierta. “¡Más tarde pedí cuentas a mis compañeros por los moratones de mi cara!”.
La nieve no perdona a quien se queda dormido, por eso sus compañeros, mientras practican primeros auxilios, no la dejan dormir. Solo consiguen llevarla a un hospital días después.
Allí se entera de que el hueso de la vagina está roto. “No le deseo este dolor ni al peor de mis enemigos”.
Mientras ella se retuerce de tanto dolor, los médicos del hospital del Kurdistán iraquí se preocupan por su himen. Muy afligidos, se le acercan con delicadeza y le comunican que no va a poder tener hijos. Lo cuenta y se ríe. “Es normal. La mujer para ellos significa el himen y muchos hijos”. Ella se ríe de todo, menos de sus dolores permanentes. 
¿Cómo se distingue a una mujer coqueta del resto cuando todas llevan el mismo uniforme? Quizás por la horquilla de color morado que sujeta su pelo hacia un lado, alisado por arriba y que cae en tirabuzones por encima de los hombros, brillante por la henna. Quizás por sus uñas cuidadas, que complementan a unas manos largas y finas. Es como una estrella de Hollywood en medio del monte de Qandil. 
Cuando termine esta guerra, ¿tú qué harás, a qué te dedicarás...? ¿Cómo formular estas preguntas a unas jóvenes que llevan años en la montaña y que no se sabe si alguna vez volverán? Es la misma pregunta, la formules como la formules. A Berjin, que lleva trece años en estos montes, ¿cómo se le puede hacer esa pregunta elegantemente? Sobre todo cuando no se sabe cuándo acabará todo esto. Si fuese el último día de la guerra, antes de que se disponga a volver a “casa”, a lo mejor no sería tan difícil, ¿pero ahora? Me cuesta tanto preguntar por sus historias, que prácticamente me limito a escucharlas cuando ellas me cuentan, porque en cada intento siento como si apuntara el micrófono a una tribu recién “descubierta” en la Amazonía. Menos mal que no tengo que usar el micrófono. 
- Cuando termine esta guerra, me imagino que lo primero que harás será ir a curarte, ¿no?
Ella es lista, sabe que esta pregunta es una excusa para saber otras cosas.
- Es demasiado tarde, no me pueden hacer nada más. No me pueden arreglar más de lo que estoy. Y como no puedo tener hijos- se ríe- leeré y leeré. Y supongo que algún kurdo cuidará de mí: yo ya he hecho lo que he podido.

Un verano kurdo
Historias de resistencia al ISIS, 
a la ocupación y al exilio
ZEKINE TÜRKERI

p60-p62