Tuesday 30 December 2014

No hay otra vuelta atrás que una espiral.

La autopista soy yo, tú, nosotros, y cuando tu lengua busca la mía y se desenrolla, caracol en el caracol, tu lengua resbalando al infinito alargándose en el fondo de la boca, fragmento del tiempo fragmentado, larga cinta de asfalto caliente y también yo caracol; tu lengua se estira y soy un precipicio la trago y siguiendo esa fiebre sin fin tu rostro entra en mí, tu pelo, tus ojos que pestañean de sorpresa, se creían afuera, hacen cosquillas al abrirse a la altura de un calor interno, tú deslizándote hasta los codos, yo tragando tus nalgas sin que cese el beso, el primero. Haciéndote lugar la oscuridad húmeda se entreabre y también tú a la altura del vientre mil caracoles danzando gravemente en espiral, yo la otra concha de caracol también.

Nos abrazamos siempre hasta perder el aliento, buscando el hálito más allá, tú sumergido sin desaparecer de allí donde estás, tus ojos en mí y de frente donde la mirada se ha vuelto reflejo de dos, de mil miradas, y me aspiras. Me sumerjo como una pescadora de perlas, lengua, nada más que esta lengua que se deja atrapar , estirarse, arrastrando con ella esa sed que jamás podremos saciar, todo el cuerpo que se adelgaza para resbalar a lo más profundo, a lo más opaco, y difundirse en tu violenta suavidad. Buscamos todavía y todavía; cómo no caer más allá de su, tu, mi lengua y del vértigo de los caminos que allí llevan, siempre los mismos y sin embargo hay vías lentas, caminos fulgurantes.

Una luz que pasa, un camión toque de bocina; los asimilamos a su vez a la asfixia, bocas selladas una contra otra, vuelca del afuera en el otro lado. Inventamos el aire ahí donde sólo hay humedad, calor y noche surcada de relámpagos, y yo trago todavía tu codo, la otra nalga, tu sexo que resbala cálido y viviente en mí y que me tomará por mí también, te penetrarás porque antes de rehusar el retorno a la superficie, apenas a tiempo o quizá no a tiempo, la asfixia ya ha empezado sin duda, la inmovilidad del viaje nos ha ahogado ya en estos efluvios de miel, de canela, a través de Fafner los vientos remueven las noches, siestas, mil gestos para alcanzarnos; nuevamente somos caracoles refugiados en un caracol que viaja sobre el dorso de un pájaro sin alas, ¿será posible arribar algún día? Cuando nuestros cuerpos ya han pasado el uno en el otro por la lengua, cuando eres ya pájaro aleteando en mi pecho, serpiente ciñendo mis caderas del lado invisible de la piel, ni una sola célula escapa circunscrita desde el interior en el momento en que la negrura se estría de estrellas verdes, es preciso, es preciso volver, respirar como casi ahogados pero estamos ya ahogados, jamás se puede recuperar todo el cuerpo antes de que las bocas se desgajen una de la otra con la violencia de la estrangulación. Respirar, pero tan poco: te sumes de nuevo, cómo quedar con esos cuerpos invertidos, vueltos como guantes resbalando fuera de las manos que los retenían, y te sumes, y como delfines en un mar del que ignoramos el fondo y las corrientes resbalamos el uno contra el otro, el uno en y alrededor del otro, y como tiburones ola tras ola hendida para desgarrar eso que queda de una realidad que busca otra cosa que este ritmo.

Desde el comienzo del viaje, de todos los viajes, mesurando el tiempo desmesurado de una cresta a otra.

Y en el húmedo abandono del agotamiento, el sosiego, el caracol de caparazón de pelusa, tu rostro de adolescente que brilla en su última fatiga, y de nuevo con una mano cansada pero que el reflujo de una próxima ola todavía imperceptible mueve ya, me dibujas las caderas, los senos, las nalgas, y ese dibujo, don de ti a mí, me regalas todavía una vez el único regalo que puedo abandonarte enteramente y hasta el lago de sueño que nos mecerá.
Con una voz quebrada, más de una vez, me has dicho: «Eres tan joven.» No te equivocabas, pero qué velo te ha impedido ver todos esos años que también yo llevo conmigo, años de una edad mucho mayor que

— ¡No me hables del tiempo!

Pero sí, hablemos, nosotros que no somos niños; estamos, estamos en el tiempo como en este viaje: dentro. ¿Es que no ves que no hay ya cuatro ni tres ni dos tiempos?

Tantas veces me he precipitado en el abismo negro que sé caminar en la oscuridad. Y cortar mil veces, diez mil veces seguidas, la cabeza de la hidra, sin hacerme la ilusión de que le impido proseguir todavía y siempre su siniestro crecimiento. Años creyendo o no en un nacimiento hecho para permitirle a la muerte tomar el sol, otros para teñirla de colores violentos: nos reconocemos.

Por el momento, gran lobo marino, bogamos sobre un agua en calma, clara, sólo agitada por visiones de riberas donde horrores, torturas y guerras se agitan y nos acechan. Pero nuestras olas sólo forman una basta ondulación que respira al ritmo de nuestra locura. Luz, y la oscura pasión que nos empujará hasta el fin, siempre hasta el fin y más lejos. Allí donde te estrecho como si nuestras pieles fueran a disolverse al contacto de una con otra, hacer de nosotros un solo ser invisible.

Tu voz es clara, pero cuando viene ese velo de tristeza, cuando apenas empezando el viaje dudas nuevamente de su término, ¿cómo callarme, y cómo hablar? A su tiempo esa tristeza, mi amor, a su tiempo todavía lejano y doble. Por grande que sea la oscuridad, no hay negrura que me haga retroceder.

Tú, y todavía tú.

A fuerza de nadar en las grandes aguas negras, se aprende a flotar en la oscuridad. Boya de las peores tinieblas. Excluidas ya las vejeces humillantes, las pesadillas sanitarias; y el resto no es para ahora y ya no hay más soledad posible. ¿No has comprendido qué regalo de vida fue que no murieras hace un año? Corte. Partida. Y lo desconocido que se tiende por muchos años todavía, si quieres explorarlo con tus ojos de niño.

Dulce confusión cuando el suelo tiembla al sol y vibras contra en alrededor de mi cuerpo.

No abandonaremos la autopista en Marsella, mi amor, ni en ninguna parte. No hay otra vuelta atrás que una espiral.

(Escrito por Carol Dunlop en el libro
"Los autonautas de la cosmopista" que
escribió con su compañero Julio Cortázar)




Saturday 27 December 2014

Huye el tiempo y tú perduras

Huye el tiempo y tú perduras,
surges de la apariencia
como una flor secreta
que en la luz se desvela
y el ser desde su noche
te incendia con su fuego.
Ya no es la muerte una frontera
sino un velo de sombra
y tiempo diluido,
cuando todo es hallazgo
y tu rostro sereno
nos ama y nos reclama
con su sonrisa eterna.

(Escrito por el poeta colombiano Carlos Obregón.)




Wednesday 17 December 2014

yo no vivo: yo ardo

Dos poemas del poeta búlgaro Peiu Yávorov (seudónimo de Peiu Kracholov)

Poema: Dos almas

Yo no vivo: yo ardo. Inconciliables
dos almas rivalizan en mi pecho:
un alma de ángel y otra de demonio. En mí
respiran fuego y su ardor me abrasa.

Y arden las dos con llamas, donde toco
aun en la piedra, oigo latir ambos corazones...
Siempre los dos, en todos los sitios, obsesivamente
con rostros enemigos se consumen hasta hacerse brasas.

Detrás de mí el viento, a donde vaya,
mis huellas con ceniza cubrirá. ¿Quién podrá conocerlas?
Solitario, yo no vivo, ¡ardo!, y mi rastro
será ceniza en el sombrío infinito.


Poema: Yo sufro

Sufro. En la dedicación al trabajo,
en los remordimientos del ocio,
en la existencia ardorosa,
en los fríos ensueños irreales,
cuando vuelo, cuando caigo,
yo sufro.

Si me alzo, debajo de mí
se abre el más terrible abismo;
si vuelo impetuoso y desciendo,
el alma anhela descansar en la luz.
Siempre adelante y siempre atrás...
Y busco eternamente.

Yo sufro. Yo desprecié
las alegrías de la vida. Sufro 
en el sereno bien, cuando caigo
en el negro pecado, sufro.

Y busco. En el sufrimiento la vida se agota
en busca acaso del sufrimiento mismo.


Su esposa, Lora Karavélova, hija de un antiguo ministro y mujer de extraordinaria belleza, se suicida el 30 de noviembre de 1913. Yávorov, que también intenta suicidarse, pierde la vista a consecuencia de las heridas y es acusado, además, de provocar la muerte de Lora. Un año más tarde, a la edad de treinta y seis, Peiu Yávorov toma un veneno y se dispara un tiro en la cabeza: "No tengo porque esperar a arruinarme hasta el punto de convertirme en un mendigo o ir a un manicomio. Sed fuertes como yo. Nada puede volver."
Antología de poetas suicidas (1770-1985)
José Luís Gallero



Monday 15 December 2014

mientras agonizo


Deberíamos dar importancia a la suave caricia de las pequeñas olas de las rutinarias mareas que nos cubren para abandonarnos resbalando lentamente.
Aunque parecen irse nunca lo hacen completamente ocultándose partes en imperceptibles poros y grietas de nuestra piel de manera que nos van erosionando mediante su sutil baile de contracciones y dilataciones para ir disolviéndonos en la imparable preparación de nuestra muerte que luego cuando llega, irónicamente, creemos súbita.

Sunday 7 December 2014

Elegir la sensibilidad o la supervivencia

"Huían de su propia vida, de sus fracasos artísticos, de sus deseos siempre insatisfechos, de su exacerbada sensibilidad. Exploradores de bastos territorios del alma, expuestos a las más inclementes contradicciones, se encuentran en ocasiones en la tesitura de elegir la sensibilidad o la supervivencia. En todo caso no debemos creer que los poetas suicidas son una especie lánguida, sumida en un desánimo que le impide percibir lo que de grato tiene la existencia. Las vidas de estos muertos son un ejemplo de vitalidad extraordinaria. El peso de su sufrimiento no lastraba su paso, sino que por el contrario parecía dotarles de una maravillosa ligereza."

(Escrito por José María Perreño en la solapa de la cubierta del libro "Antología de poetas suicidas (1770-1985)" de José Luís Gallero.)

(extracto)

Ella dice que se va y a mí me da igual (de verdad, me da igual).
Ella me pide perdón por quererme y yo sonrío como el idiota que soy.
Ella musita que yo también le quiero y yo cambio de tema.
Ella camina a mi lado y yo ya la recuerdo en el pasado.
Paseo nocturno.