Monday 5 October 2015

La peluquera no estuvo mucho tiempo


Jueves 27 de febrero de 1969, sobre las 16h
(…)
En el 24 (es la casa donde yo vivía):
Para empezar un edificio de un piso con una puerta (condenada) en la planta baja; alrededor, aún hay rastros de pintura y por encima, todavía sin borrar del todo, la inscripción
PELUQUERÍA DE SEÑORAS
Después un edificio bajo con una puerta que da a un patio largo pavimentado con algunos desniveles (escaleras de dos o tres peldaños). A la derecha, un edificio largo de un piso (que antes daba a la calle por la puerta condenada del salón de peluquería) con una escalera de hormigón (este era el edificio en el que vivíamos; el salón de peluquería era el de mi madre).
Al fondo, un edificio sin forma. A la izquierda, como unas madrigueras.
Yo no entré.
Un anciano que venía del fondo bajó los tres peldaños que conducían a “nuestra” vivienda. Otro anciano entró con un fardo (¿de ropa sucia?) a la espalda. Tras eso, finalmente, una niña pequeña.

Jueves 25 de junio de 1970, sobre las 16h
(…)
En el 24, en el pequeño patio, hay un gato sobre una carbonera. La inscripción PELUQUERÍA DE SEÑORAS aún se ve. Carteles del PC.

Miércoles 13 de enero de 1971. Frío seco. Sol.
(…)
En el 24: peluquería de señoras (no el local, solamente el rastro del letrero pintado sobre la pared); en el patio del 24, viguetas de metal; enfrente unos obreros reparan un tejado (¿de un edificio de la rue des Couronnes?). A los lejos, grúas.
(…)Del 36 sale una dama: vive allí desde hace 36 años y llegó sólo para tres meses; se acuerda muy bien de la peluquera del 24:
- No se quedó mucho tiempo.

Domingo 5 de noviembre de 1972, hacia las catorce horas
(…)
24 sigue intacto
(…) Un gato atigrado y un gato negro en el patio del 24.

Jueves 21 de noviembre de 1974, sobre las 13 horas
(…)
En el 18 y el 22 son cafés hoteles que siguen en pie, al igual que el 20 y el 24.
Del lado impar, el 21 está en proceso de demolición (se ven los bulldozers, las excavadoras, los semáforos), el 23 y el 25 tienen las tripas abiertas. Tras el 25 ya no hay nada.

27 de septiembre de 1975, sobre las 2 de la madrugada
La casi totalidad del lado impar está cubiertas de tapias de cemento. Sobre una de ellas, un graffiti:
TRABAJO = TORTURA
Lo infraordinario
George Perec

(*) La madre de George Perec, Cyrla, fue apresada por los nazis y llevada a Auschwitz donde murió en 1943

¿Acercamientos a qué?


Quien nos habla, me da la impresión, es siempre el acontecimiento, lo insólito, lo extraordinario: en portada, grandes titulares. Los trenes sólo empiezan a existir cuando descarrilan y cuantos más muertos hay, más existen; los aviones solamente acceden a la existencia cuando los secuestran; el único destino de los coches es chocar contra los árboles: cincuenta y dos fines de semana al año, cincuenta y dos balances: ¡tantos muertos y tanto mejor para las noticias si las cifras no dejan de aumentar! Es necesario que tras cada acontecimiento haya un escándalo, una fisura, un peligro, como si la vida no debiera revelarse nada más que a través de los espectacular, como si lo elocuente, lo significativo fuese siempre anormal: cataclismos naturales o calamidades históricas, conflictos sociales, escándalos políticos…
En nuestra precipitación por medir lo histórico, lo significativo, lo revelador, no dejemos de lado lo esencial: lo verdaderamente intolerable, lo verdaderamente inadmisible; lo escandaloso no es el grisú, es el trabajo en las minas. La “desigualdad social” no es preocupante en época de huelga: es intolerable las veinticuatro horas del día, los trescientos sesenta y cinco días del año.
Los maremotos, las erupciones volcánicas, las torres que se derrumban, los incendios en bosques, los túneles que se hunden, ¡El edificio Publicis que arde y Aranda habla! ¡Horrible! ¡Terrible! ¡Monstruoso! ¡Escandaloso! ¿pero dónde está el escándalo, el verdadero escándalo? Acaso el periódico nos ha dicho algo diferente de: tranquilícese, ya ven que la vida existe, con sus altibajos, ya ven que pasan cosas.
La prensa diaria habla de todo menos del día a día. La prensa me aburre, no me enseña nada; lo que cuenta no me concierne, no me interroga y ya no responde a las preguntas que formulo o que querría formular.
Lo que realmente ocurre, lo que vivimos, lo demás, todo lo demás, ¿dónde está? Lo que ocurre cada día y vuelve cada día, lo trivial, lo cotidiano, lo evidente, lo común, lo ordinario, lo infraordinario, el ruido de fondo, lo habitual, ¿cómo dar cuenta de ello, cómo interrogarlo, cómo describirlo?
Interrogar a lo habitual. Pero si es justamente a lo que estamos habituados. No lo interrogamos, no nos interroga, no plantea problemas, lo vivimos sin pensar sobre él, como si no vehiculase ni preguntas ni respuestas, como si no fuese portador de información. Esto no es ni siquiera condicionamiento: es anestesia. Dormimos nuestra vida en un letargo sin sueños. Pero nuestra vida, ¿dónde está? ¿Dónde está nuestro cuerpo? ¿Dónde nuestro espacio?
Cómo hablar de esas “cosas comunes”, más bien cómo acorralarlas, cómo hacerlas salir, arrancarlas del caparazón al que permanecen pegadas, cómo darles un sentido, un idioma: que hablen por fin de lo que existe, de lo que somos.
Quizás se trate finalmente de fundar nuestra propia antropología: la que hablará de nosotros, la que buscará en nosotros lo que durante tanto tiempo hemos copiado de los demás. Ya no lo exótico sino lo endótico.
Interrogar a lo que parece ir tan por su cuenta que nos hemos olvidado de su origen. Recuperar algo del asombro que experimentaron Julio Verne o sus lectores frente a un aparato capaz de reproducir y transportar el sonido. Porque existió ese asombro, y otros miles, y fueron ellos los que nos modelaron.
De lo que se trata es de interrogar al ladrillo, al cemento, al vidrio, a nuestros modales en la mesa, a nuestros utensilios, a nuestras herramientas, a nuestras agendas, a nuestros ritmos. Interrogar a lo que parecería habernos dejado de sorprender para siempre. Vivimos, por supuesto, respiramos, por supuesto, caminamos, abrimos puertas, bajamos escaleras, nos sentamos a la mesa para comer, nos acostamos en una cama para dormir. ¿Cómo? ¿Dónde? ¿Cuándo? ¿Por qué?
Describan su calle. Describan otra.
Comparen.
Hagan el inventario de sus bolsillos, de su bolso. Interróguense acerca de la procedencia, el uso y el devenir de cada uno de los objetos que van sacando.
Pregúntenle a sus cucharillas.
¿Qué hay bajo su papel de la pared?
¿Cuántos gestos hacen falta para marcar un número de teléfono? ¿Por qué?
¿Por qué no se encuentran cigarrillos en las tiendas de alimentación? ¿Por qué no?
Me importa poco que estas preguntas sean, aquí, fragmentarias, apenas indicativas de un método, como mucho de un proyecto. Me importa mucho que parezcan triviales e insignificantes: es precisamente lo que las hace tan esenciales o más que muchas otras a través de las cuales tratamos en vano de captar nuestra verdad.

Lo infraordinario
George Perec