No tenéis razón. No hay una linealidad, el
tiempo no transcurre. Si así fuese no se daría este aletargado dejar
desaparecer la vida mecidos en pánfila rutina de tristezas y cotidianidades.
Todo ocurre a la vez, esa es la grandeza de la mente, del ser humano, la
trascendentalidad.
Vas sembrando miradas que siguen la cadencia
de tus pasos, la arrogante manera que tienen tus hombros de embutir tu silueta
en este aire de cristal helado. Solidificas lo que nosotros tratamos de respirar.
Es irrealidad lo que dejas tras de ti. Los sonidos se apagan, los colores
adquieren tonos irreales y una sensación onírica se apodera del escenario y de
los figurantes de esta tu tragedia.
Esa arrogante sonrisa con la que imaginas el
mundo soleado después de tu muerte, igual, tan igual, a este día de hoy. Y, de
repente, rompes a correr, como si alguien te siguiese, como si hubiese alguien
capaz de alcanzarte.
Cuántas veces has agotado esta calle
medieval sucia de hidrocarburos mal quemados hasta llegar al límite del abismo
del amanecer desgarrado por no haber muerto hoy, tampoco.
Muchas veces me he preguntado que tenían las
otras, todas ellas, jadeantes y sudorosas retorciéndose debajo de ti o
cabalgándote arrogantemente satisfechas, bamboleando sus senos.
Todos esos rituales simultáneos e iguales,
monotonía por un instante de sentir. El mundo fácil de los conformistas.
Probablemente no hay nada más.
Pasas entre nosotros ignorante de la pasión,
del deseo, del amor y del odio que generas. Continúas ajeno al poder de tus
armas pero detrás de ti, en las sombras a los lados de tu luminosidad, se
afilan cuchillos para desgarrar tu carne y hacerte sólo animal en un mar de tu
sangre dejando de respirar hacia esa última mirada perdida, suspendida, que espera
la podredumbre de tu cuerpo, el hedor de tu descomposición física. Cuando
empieces a ser sólo recuerdo, sin esperanza.
¿Tendré miedo en el instante final frente
a la muerte?
No