Saturday 29 August 2015

Veinte mujeres solas


No tenéis razón. No hay una linealidad, el tiempo no transcurre. Si así fuese no se daría este aletargado dejar desaparecer la vida mecidos en pánfila rutina de tristezas y cotidianidades. Todo ocurre a la vez, esa es la grandeza de la mente, del ser humano, la trascendentalidad.

Vas sembrando miradas que siguen la cadencia de tus pasos, la arrogante manera que tienen tus hombros de embutir tu silueta en este aire de cristal helado. Solidificas lo que nosotros tratamos de respirar. Es irrealidad lo que dejas tras de ti. Los sonidos se apagan, los colores adquieren tonos irreales y una sensación onírica se apodera del escenario y de los figurantes de esta tu tragedia.

Esa arrogante sonrisa con la que imaginas el mundo soleado después de tu muerte, igual, tan igual, a este día de hoy. Y, de repente, rompes a correr, como si alguien te siguiese, como si hubiese alguien capaz de alcanzarte.

Cuántas veces has agotado esta calle medieval sucia de hidrocarburos mal quemados hasta llegar al límite del abismo del amanecer desgarrado por no haber muerto hoy, tampoco.

Muchas veces me he preguntado que tenían las otras, todas ellas, jadeantes y sudorosas retorciéndose debajo de ti o cabalgándote arrogantemente satisfechas, bamboleando sus senos.

Todos esos rituales simultáneos e iguales, monotonía por un instante de sentir. El mundo fácil de los conformistas.

Probablemente no hay nada más.

Pasas entre nosotros ignorante de la pasión, del deseo, del amor y del odio que generas. Continúas ajeno al poder de tus armas pero detrás de ti, en las sombras a los lados de tu luminosidad, se afilan cuchillos para desgarrar tu carne y hacerte sólo animal en un mar de tu sangre dejando de respirar hacia esa última mirada perdida, suspendida, que espera la podredumbre de tu cuerpo, el hedor de tu descomposición física. Cuando empieces a ser sólo recuerdo, sin esperanza.

¿Tendré miedo en el instante final frente a la muerte?
No