Saturday 21 September 2013

Un niño solo en la sala de arte africano (capítulo tres)


Un niño solo en la sala de arte africano del museo del Louvre de París. Una pareja, nosotros, que le espiamos. Sus movimientos son muy graciosos, es como una caricatura de una persona mayor. Viste con una alegre ropa verde y para colmo lleva un gracioso maletín de color rojo brillante. Como mucho tendrá cinco años y habla entusiasmado con una extraña escultura específicamente traída desde el corazón de África para escuchar a este hombrecito rubio que cuando termina su conversación recoge su maletín y se va. Yo aprovecho para acercarme más a N y abrazarla y para acercar mi mejilla a la suya y disfrutar de este momento de complicidad en la mirada, de esta evasión de este apabullante museo de muertos en el que la adormecida masa multirracial se agolpa frente a un cuadro ridículo en su pequeñez y en la sobriedad de sus colores que muestra, según dicen, una sonrisa enigmática. No sé qué quieren decir, no sé qué fija el valor de los cuadros cuando este se universaliza. Yo sólo entiendo las sensaciones individuales y mi recuerdo del Louvre es el niño del maletín rojo. Mientras le observamos parece que somos los únicos que le vemos y es inevitable para una mente enfermizamente fantasiosa como la mía especular con la posibilidad de que en realidad no esté ahí, de que sea un fantasma, de que sea realmente un espíritu entre esas esculturas que probablemente tengan un sentido religioso. Inmediatamente me acuerdo de que no es la primera vez que esto nos pasa. Recuerdo que en nuestra ciudad también solía haber un señor mayor que siempre iba elegantemente trajeado y que solía estar sentado solo en sitios extraños y junto al cual todo el mundo pasaba como si no existiese. Me recreo unos instantes en esta ensoñación, después beso a N y nos vamos del museo.

N por las calles de París parece realmente contenta, fascinada ante cada nuevo hallazgo. Tan contenta ante un enorme café con leche como ante la maraña de señoras que quieren hacerse con la mejor prenda de entre un enorme montón de ropas en oferta. Enjambre de mujeres que pelean la mejor prenda vigiladas por un enorme vigilante negro ridículo allí, en vez de en la puerta de una discoteca o tras las espaldas de un político. Feliz, lo mismo porque hemos encontrado un pequeño restaurante italiano atendido por una copia exacta de Torrebruno como porque alguien ha encendido por sorpresa la Torre Eiffel y ahora la recorren infinidad de destellos de colores. Y es imposible no pensar que todo está por ella, para ella. Empieza a llover y qué. No como allá que cuando empieza a llover es como si nos negasen las horas de patio en la prisión.
Es evidente que una conspiración nos rodea, hay varios escenarios montados por la ciudad, hay algunos grupos musicales animando las calles, hay carteles similares por todos lados,... a la noche nos enteramos de que se trata de un maratón televisivo para recaudar fondos para alguna causa, no sé para qué, en Francia también se acerca la Navidad.

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