Friday 3 April 2015

La belleza será CONVULSIVA o no será


(…) Pero Nadja era pobre, lo que en los tiempos que corren es suficiente como para fijar su sentencia, a poco que se le ocurra no estar completamente en regla con el código imbécil del sentido común y de las buenas costumbres.

(…)
En último término era diestra, siendo débil hasta lo imposible, en aquel pensamiento tan suyo siempre, pero en el que yo no había hecho más que alentarla con exceso, en el que demasiado la había ayudado yo a imponerlo sobre cualquier otro: el de que la libertad, adquirida en este mundo a costa de mil y una renuncias de entre las más difíciles, exige que disfrutemos de ella sin restricciones durante el tiempo que podamos conservarla, al margen de cualquier consideración pragmática, y ello porque la emancipación humana, entendida desde el punto de vista revolucionario más elemental a fin de cuentas, que no por ello deja de ser la emancipación humana en todos sus aspectos, no nos confundamos, según los medios de cada cual, sigue siendo la única causa digna de ser servida.

(…)
Ahora bien, nunca supuse que ella pudiera llegar a perder, o que ya la hubiera perdido, la gracia de ese instinto de conservación – al que ya me he referido antes – que hace que después de todo mis amigos y yo, por ejemplo, nos comportemos correctamente – contentándonos con mirar a otro lado – al paso de una bandera, que no siempre la tomemos con quien nos venga en gana, que no nos permitamos la alegría incomparable de cometer algún hermoso “sacrilegio”, etc.

(…)
Hasta ese día no había conseguido poner en claro todo lo que, en el comportamiento de Nadja con respecto a mí, forma parte de la aplicación de un principio de subversión total, más o menos consciente, del que, como ejemplo, tan sólo escogeré este hecho: una noche en que conducía un automóvil por la carretera de Versalles a París, una mujer a mi lado que era Nadja pero que hubiera podido, ¿no es cierto?, ser cualquier otra, e incluso tal otra, con su pie que mantenía el mío pisando a fondo el acelerador, con sus manos que intentaban tapar mis ojos, en el olvido que proporciona un beso sin fin, quería que dejáramos de existir más que el uno para el otro, para siempre sin la menos duda, que de aquella manera nos lanzáramos a toda velocidad al encuentro de los más hermosos árboles. Qué prueba de amor, en efecto. Inútil añadir que yo no accedí a semejante deseo. Es sabido en qué punto estaba yo en aquella época, en qué punto he estado casi siempre, que yo sepa, con respecto a Nadja. No por ello le estoy menos agradecido por haberme revelado, de un modo terriblemente sobrecogedor, a qué nos hubiera conducido en aquel momento un común reconocimiento del amor. Cada vez me siento menos capaz de resistir una tentación semejante en todos los casos. Lo menos que puedo hacer es mostrar mi agradecimiento, en este último recuerdo, a aquella que me hizo comprender casi hasta su necesidad. Ciertos seres, excepcionales, que pueden esperarlo todo y también temerlo todo los unos de los otros, se reconocerán siempre por una fuerza extrema de desafío. Idealmente al menos, a menudo vuelvo a sentirme con los ojos tapados, al volante de aquel automóvil salvaje.
Extractos de
Nadja
de André Breton

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