El extranjero te permite ser tú mismo, al
hacer de ti un extranjero.
Lo que está ante ti te remite a tu imagen; lo
que está detrás, a tu rostro perdido.
La singularidad es subversiva.
El decía: “El escritor es el extranjero por
excelencia. Sin derecho de residencia en sitio alguno, se refugia en el libro,
de donde la palabra lo expulsará. Cada vez, sus salvación se la deberá,
provisionalmente, a un nuevo libro.”
No se nace extranjero. Se hace, a medida que
uno se va afirmando.
Ser uno mismo es estar solo.
No hay sueños ni cielos acabados.
Fragmentos.
Lugares escritos. El sendero polvoriento es
el seguido.
Te estiras. Te estiras.
No sabes que desapareces.
La amarga constatación del tenebroso final de
un día vivido.
Veo en tus ojos una imagen de mí que nos
remite a la nada a los dos.
Caminas y la ciudad se entreabre a tu paso y
se cierra tras de ti. ¿Qué quimera persigues? ¿Qué sueño extravagante? Lo que
esperas te acecha desde siempre. ¿Lo sabías? ¿Irás a la izquierda o a la
derecha? ¿Lo sabes con claridad?
De ahí, probablemente, ese aire vago,
inquieto, que se te atribuye.
Y esa sonrisa que no es sino mueca
prolongada, crispación del rostro, elocuente expresión de una angustia que te
esfuerzas por encubrir.
Detrás de los muros que vas rozando hay
personas que también esperan o que, por haber creído demasiado pronto en su
estrella, han perdido quizás toda esperanza.
Derribar los muros, no los que nos protegen
sino los que nos dividen.
Hacer propio un lugar cualquiera, ¿no es,
enseguida, excluir al vecino?
Ninguna pared entre la Nada y la Nada.
Ninguna palabra inútil, sólo una palabra de
necesidad, aferrada a sí mismo.
Esta ciudad no es mi ciudad.
Y lo castigaron por seguir aún con vida.
(tomado de "Un extranjero con, bajo el brazo, un libro de pequeño formato" escrito por Edmond Jabès)
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