Saturday 6 April 2013

El viaje

Ayer no me atreví a empezar el viaje por mucho que me asomé al borde de la muralla y merodeé a lo largo de las vías del tren.

Al final vi pasar el tren desde el otro lado de la valla de protección. ¿Protegido? El único dilema, ¿será instantánea esa muerte? Más importante, ¿será una muerte segura?.

Llovía, nevaba a ratos, y sólo los perros que sacan a pasear a sus dueños se cruzaban conmigo en los desolados parques embarrados de este diluvio eterno. Yo gritaba con todas mis fuerzas pero nadie me oía. Incluso susurraba pero nadie me oía. 

Arropado por las calles sin alma trazadas con escuadra y cartabón. Noventa grados por todas partes, ladrillos y ventanas que se repiten hasta llenar el mundo de uniformidad. Y yo escupo contra esas fachadas, seguramente porque de puro querer ser distinto quiero ser uno de ellos y estar dentro de una de esas casas viviendo una vida normal, no demente.

En vez de estar esperando el siguiente tren preocupado por si, estando tan cerca de la estación, la velocidad será suficiente como para matarme. ¿Se morirá en el golpe? ¿O habrá que sentir las amputaciones, cortado y reventado por el acero de las ruedas del tren?

Un instante de grito ensordecedor, de lucha furiosa de pensamientos, de imágenes recordadas y de imágenes soñadas y... nada.

(La nada que no es pensable.)

Y vosotros os quedais en vuestro mundo razonado y práctico en el que los sentimientos se recogen en palabras y el amor lo constata un juez.

¿Será así? ¿La paz de un final total y absoluto? (Una paz no sentida ya que ya ni se es. Lo último será un dolor. Luego nada.)

Simplemente no seguir.

No me gusta este mundo que no ama. Porque no es amar este orden, esta moderación, este montón de reglas de rebaño que pace tranquilo y se deja llevar por el perro, en mansa procesión que envejece, a la tumba.

Esa insoportable manera que tenéis de abstraeos de la vida.

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