Un día te despiertas derrotada y
apenas consigues zafarte del cuerpo que duerme a tu lado, y que ya no
recuerdas, para tratar de llegar, sin casi poder abrir los ojos, hasta el
lavabo. Y frente al espejo compruebas horrorizada que no hay maquillaje capaz de
ocultar tus arrugas, el deterioro de tu piel, la flacidez de tus mejillas. Y no
soportas el aliento de la resaca de cubatas y humo en tu boca. Y de repente
eres consciente de lo absurdo y hueco de todos tus movimientos: lavarte la
cara, prepararte el desayuno, cepillarte los dientes, peinarte,... Y conforme
vas consiguiendo abrir los ojos abres la mente y recuerdas que tienes que ir a
comer con tus amigas, a vuestra comida mensual para la que ellas dejan a sus
maridos con sus hijos en sus casas de vidas ordenadas y equilibradas. Y en su despertar tu mente también va
dibujando, aunque con trazos imprecisos, al hombre que ronca y llena de olor tu
habitación y vuelves a pensar que deberás hacerte las pruebas del SIDA porque
ya no recuerdas la última vez que te las hiciste. Y tapada con una manta le
observas dormir desde el quicio de la puerta mientras tomas un enorme tazón de
café con leche y mucho azúcar del cual esperas toda la energía que te va a
hacer falta. Y reparas en el anillo dorado que él lleva en un dedo y te ves,
como desde fuera, como la puta gratis de una noche con la que terminan las
noches de los casados infieles que no acaban teniendo que pagar por el sexo.
Pero tu recuerdo aunque es muy borracho es el de un seductor muy ingenioso y
alegre, con un humor muy educado, inteligente y culto. Sabes que necesitarás
ducha, baño y mucho maquillaje antes de poder salir disfrazada con tu ropa
cara a tomar un vermú y después la
comida. Esperas que al menos con ellas te puedas sentir normal y centrada, pero
a la vez juvenilmente guapa y libre… No importa porque pronto se olvida la
resaca y volverás a beber. Primero como ellas, como todas, luego tú sigues,
tardas en dejar los cubatas porque en realidad no los dejas y todas se van pero
tu sigues y en unas horas habrá otro hombre aunque no necesariamente nuevo, hay
comodines, y te acostarás con él y follarás y seguirás esperando que uno de
ellos no se desvanezca cuando se pasé el alcohol y la luz del día sea
cruelmente verdadera.
El único consuelo que se me ocurre
para ti es que todos caemos, no sólo tú. Pero es cierto que tu caída es más
rápida, más agresiva, más patética, más desagradable.
También es más hipócrita pero este es
un rasgo de tu personalidad que trasciende mucho más allá de tu vida sexual.
Porque eres y votas de izquierdas aunque ganas mucho y lo gastas. Hablas como
si fueses comparable a los que sufren porque eres profundamente católica,
aunque católica de izquierdas, pero lo que tú te gastas en viajes, ropas,
comidas y alcohol serviría para comer y vivir a muchas familias. Eres “católica
de izquierdas” lo que en tu interior significa que no te ves obligada a ir a
misa y, sobretodo, que no te ves limitada en temas sexuales. Así que no tienes
problemas de trato con los homosexuales, de hecho tu trato con ellos es mejor
que con los heterosexuales. Sólo les pides superficialidad, gasto, pijerío.
Sólo una religión tan vacía, tan podrida, que ha perdido cualquier atisbo de
trascendencia, puede ser seguida por personas como tú. Sólo alguien lo
suficientemente hipócrita puede seguir al papa de Roma.
No hay espectáculo más patético que
escucharte hablar de un libro, una película o un poema cuando, rápidamente, te
refugias en un “no lo he entendido” que adornas con una sonrisa borracha. Ni
siquiera ves que no se trata de entender, si no de sentir, y que no se puede
aprender estudiando como sacaste tu carrera y atiendes a tus pacientes. La
sensibilidad, tener pensamiento trascendental, ser religioso, tener gusto
estético han de ser intrínsecos y entonces se pueden cultivar pero no podemos
sacar de un erial estéril nada más que gestos exagerados, muecas convulsas y
orgasmos dolorosamente vacíos de amor.
Noviembre de 2012
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