No pasa nada. Una mujer, una joven,
una chica. Vive con su madre. Trabaja en una ambulancia. Tiene novio, discute
con él. Chatea con un desconocido. Es amable y sonríe. Le preocupan los demás.
Siente el dolor ajeno. Hace chistes, ríe. Bebe, canta y baila. No pasa nada, la
película se acaba.
¿No pasa nada? Lo que pasa ocurre
dentro de ella, en su mente. Lo entiendo perfectamente. Hay que haberse
apretado la cabeza muy muy fuerte con las dos manos, hay que haber dado
puñetazos a las puertas y a las paredes. Hay que haberse raspado los nudillos
contra muros de piedra. Hay que haber abrazado otro cuerpo con la desesperación
de un náufrago cogido a un tablón en el medio del frío y oscuro océano. Hay que
haberse sentido zarandeado por las emociones, incomprendido por todos. Sólo en
medio de la multitud. Hay que haber visto como unos labios se te acercaban y no
haber sentido el beso. Hay que haber conocido la nada. Hay que haber sentido la
necesidad de saltar. Hay que haber destrozado todo e inmediatamente haber añorado
no haberlo hecho. Hay que haber dilapidado las oportunidades. Hay que haber
asumido la soledad y la muerte. “Hay que” todo esto para entender esta
película.
Hay que ser una bomba y ser
consciente de ello y tener miedo de estallar en cualquier momento… y querer,
desear, necesitar estallar.
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