Monday 3 March 2014

El mercado

En la vida de todas las ciudades por las que voy pasando, tanto en Tailandia como en Laos, en Camboya y ahora en Vietnam, el mercado es un pieza fundamental. Lo mismo en pequeñas ciudades que en megalópolis como Bangkok, Phnom Penh o Saigón.

El mercado, generalmente un "mercado central" y una constelación de otros mercados, es el corazón de la ciudad, late con fuerza procesando la sangre de la ciudad y bombeando vida al conjunto de calles, edificios y gentes. Todo se compra y todo se vende y, viendo el frenético movimiento de estos fantásticos hormigueros humanos, uno no duda de que la existencia de todas estas personas no tendría sentido sin levantarse para el mercado, prepararse para el mercado, comprar o vender en el mercado y volver a empezar.

Las mercaderías se gritan, casi se cantan, y los precios bailan en el enloquecido regateo que es un auténtico teatro de expresiones ceñudas, gritos airados y sonrisas cómplices (ya que no es más que un juego, un idioma, una forma de vivir unos con los otros).

Las mercancías se preparan cuidadosamente ya sean comidas, ropas, productos electrónicos, joyas,... Se limpian, se ordenan, se vigilan. Incluso se duerme con ellas. La basura se acumula y los olores lo impregnan todo. Luego, al final que ya es el principio otra vez, se limpia.

Ofrecer, vocear, mostrar, curiosear, mirar, preguntar, tocar, probar,... la aglomeración entorno a los puestos, el murmullo de fondo, el intercambio del regateo,... gritos y susurros. Callosas manos que aprietan fajos de billetes mientras sus torpes dedos cuentan las sumas pactadas, remoloneando en el último intento de mejorar el precio. Billetes manoseados que fluyen de unos a otros y que hace tiempo que perdieron el rigor y el olor con que los imprimieron las casas de moneda para los orgullosos y poderosos bancos.

Nadie repara en la marcha del sol. No se cede a la noche porque nos mande su oscuridad. Miles de bombillas se encienden y estiran la comedia mediante los mercados nocturnos.

Aún hay tiempo para seguir ganando y perdiendo, engañando y siendo engañados, comprando y vendiendo a la vez que se come y se bebe y se mira, también a las personas porque somos parte del mercado.

Poco a poco el pulso va bajando, la ciudad se prepara para dormir y su corazón también. La actividad se minimiza y por unas horas, pocas, dejamos las calles a los perros callejeros y a las ratas.

(En estas ciudades todos los perros son callejeros. Todos lo somos.)




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