No hay nada bueno en la miseria. (A veces) puedo sentir la represión que, a golpes, ha puesto a estas personas en cuclillas en las puertas de sus precarias chabolas, entre la basura, lanzando sonrisas llenas de amargura y de resignación a las muchedumbres de dólares en pantalones cortos, con estrafalarios sombreros y ruidosamente felices, que pasan ante ellos.
Con sus ojos inundan el mundo de tristeza.
Pero los paisajes, la flora, la fauna, los monumentos y las fiestas son impresionantes. Y todo es barato.
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