Sunday 23 February 2014

Phnom Penh, capital de Camboya

Phnom Penh son un millón y medio de personas. Apenas he conocido el centro, la zona del Royal Palace, de la Silver Pagoda, de los mercados Central y Ruso, del río y su puerto turístico,... De las guest houses, hostels y hoteles, de los bares y salas de masaje (o de lo que sea).

He paseado entre las miradas distraídas de los occidentales sentados con jovencísimas asiáticas, me parecían aburridos en esas horas del día. Seguramente ese tiempo de la comida, de la mañana, de la tarde, es un trámite desagradable, cansado, para lo que ellos han venido a buscar. Como las personas de aquí, parecen inmunes al pestilente tufo de las calles y a mis miradas curiosas que tratan de escrutar sus almas. En cierto modo ya son de aquí.

He recorrido las modernas avenidas, enormes edificios, sedes de ONG, embajadas y altivas entidades financieras. He nadado en el rabioso tráfico, caótico a mis ojos pero normal, al menos llevadero, para el enjambre de ciclomotores, coches, tuk-tuks, ciclistas, cyclos, camionetas, camiones, autobuses, destartaladas furgonetas sobrecargadas hasta parecer hinchadas y reventar la chapa. Todo tipo de vehículos y entre ellos temerosos peatones avanzando mientras son esquivados, representando una inconsciente metáfora de la fragilidad humana. Enormes, lujosos y carísimos todoterrenos Lexus pasan veloces rozando, con los mismos poderosos neumáticos que envuelven ostentosas llantas, los montones de basura maloliente que se acumulan a los lados, desbordando las aceras, y de los que de repente surgen uno, o dos, o más niños cochambrosos, semidesnudos bajo sus raídas ropas y que, desgreñados, abren sus negros ojos y sonríen inmediatamente al cruce de miradas.

Lonely Planet dice que el Royal Palace es un oasis en medio de la estridente locura. Estaba tan desesperado que les creí. Lujo y limpieza con edificios de estética asiática y colores falsos en honor de la mentira de la realeza. Un escenario de plástico para mí que, desde que pisaba la calle por las mañanas, ya no me podía quitar el hedor (o el recuerdo del hedor).

Son muy amables. O eso creen, o eso les han dicho que es la amabilidad. Ese asedio constante de frases cortas y ridículas, probablemente las únicas que saben en inglés. En cualquier caso sólo las usan para detenerte y rápidamente tratan de venderte algo. Soy un turista en esta ciudad, es cierto. Pero no es necesario que me lo hagan tan evidente. ¿Soy un turista siempre, en cualquier lugar?

Pisas la calle, ellos ya están agazapados en sus tuk-tuks o apoyados en sus motos. Desde todos lados escuchas: "sir, tuk-tuk?", "friend, tuk-tuk?", "mister, tuk-tuk?", "How are you? Tuk-tuk?", "moto, sir?", "where are you from?, tuk-tuk?"... Y al principio eres amable y contestas a todos con un "No, thank you" y te vuelves cuando te silban o te gritan, pero pronto te vuelves como ellos y empiezas a ser parte de esta basura de dólares y desperdicios.

No se conoce el silencio en este infierno. Me pregunto que ocurriría si se difuminase el ruido y surgieran los sonidos de los pájaros, el murmullo del río. Puedo ver las caras de sorpresa, de incomprensión, de esta gente. Sus miradas suspendidas en la fragilidad de ese instante hasta que uno de ellos comenzase a gritar y a circular loco y todos le seguirían porque ellos llaman "vida" a esta estridente nada.

Supongo que hay muchos ricos viviendo de esta injusticia gracias a la corrupción. Lo importante es es flujo de dólares. La banca gana.




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