Alguien camina hacia mí y el esbozo miope de su cuerpo se va enfocando hasta ser conocido. Y, entonces, preparar un saludo y buscar un punto espacio temporal exacto en el que enviarlo. Muy difícil cuando también se ha de controlar el paso y evitar tropezarse o chocar. La ansiedad de un encuentro, desear que sea fugaz y zafarse de los gestos que invitan a detenerse y charlar, salvo que tenga algo que decir: una cháchara ingeniosa y vacía que me garantice que sabré comportarme.
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